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La izquierda ganó las elecciones y debe (y puede) gobernar

El secretario general del PSOE y candidato a la Presidencia, Pedro Sánchez.

Gumersindo Lafuente

Después de cuatro años de rodillo del PP, los partidos progresistas -lo que tradicionalmente hemos llamado la izquierda- han ganado las elecciones. Todo va tan rápido y las Navidades han sido tan intensas y tontamente polémicas, que parece mentira que apenas hayan pasado quince días desde que conocimos los resultados del 20D. Casi doce millones de españoles votaron por partidos de izquierda de ámbito estatal (PSOE, Podemos, Unidad Popular), prácticamente un millón más que la suma de los que se decantaron por el PP y Ciudadanos, y aunque esos resultados nos llevan a un Parlamento muy dividido, no debería ser imposible llegar a un acuerdo de gobierno de mínimos para la izquierda.

 

El PP, que ya cedió en las municipales y autonómicas parte importante de su poder, está literalmente aterrado ante la posibilidad de perder también el Gobierno de España. Como siempre, prietas las filas, apenas demuestran públicamente su creciente división, pero sus reacciones histéricas de los últimos días son un síntoma de la tensión en la que viven. Ahora todas sus esperanzas están puestas en la repetición de las elecciones -creen, posiblemente con razón, que mejorarían sus resultados superando incluso los 150 diputados-  por eso no es de extrañar que desde dentro o desde fuera estén prestos a dinamitar cualquier acuerdo de gobierno, incluso los que cuenten con ellos como primeros protagonistas.

 

Mientras tanto el PSOE, con su ya tradicional incapacidad para asumir las derrotas, se dispone a liquidar a Pedro Sánchez y empezar de nuevo, cada vez desde un escalón más bajo, y sin tener una figura incontestable que les guíe. Y será por ambiciones personales, por falta de generosidad institucional o por pérdida absoluta del olfato político, pero creo que van a dejar pasar una gran oportunidad de al menos coliderar la apertura de un tiempo nuevo en España: el de los acuerdos, los pactos trabajados, los equilibrios de poder, que posibiliten construir un gobierno de progreso que desde la sensatez presupuestaria permita luchar contra la desigualdad en la salida de la crisis, recuperar las libertades perdidas, atacar sin pausa la corrupción e iniciar el camino de la regeneración democrática.

 

Y Podemos debe estar disponible para andar ese camino. Es la fuerza emergente, y es un plus que entiendo no estén dispuestos a perder, pero al mismo tiempo, si quieren representar el cambio que sus electores impulsan, deben comportarse de manera diferente a los partidos de siempre. No se puede jugar a la centralidad para ganar votos y atrincherarse en la intransigencia cuando ya se han conseguido. Hay que ser radicales en la defensa de los derechos, sí, pero generosos e inteligentes en la negociación para alcanzar el poder real de defenderlos. 

 

Otro escenario es el de Ciudadanos, que perdió buena parte de su atractivo electoral en los últimos días de la campaña, abrasado por su cercanía al PP y por el fracaso de Rivera en los debates. Si de verdad quieren luchar por una España más democrática y menos corrupta, deberían apoyar, al menos de manera puntual en estos asuntos, posibles reformas, incluso constitucionales, las propongan quienes las propongan. 

 

Se habla mucho de una segunda transición. Pero para hacerla posible y más ambiciosa que la primera, hay que ser consciente del momento histórico que podríamos vivir si se dan las condiciones de intensidad, responsabilidad y generosidad necesarias. Hay una oportunidad. Recuperemos la confianza, Maruja. Rebelémonos ante las autoridades pertinentes, Suso. Rompamos entre todos el empate, Olga. 2016 debe ser el año en el que al fin y de verdad empiece a cambiar todo.

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